24 de Noviembre de 2008
Opinión
The piano man
La mediática irrupción socio política de Leonardo Farkas parece una manera excéntrica y novedosa de abrirse paso en una república oligárquica como la chilena, donde los accesos a la política, a las decisiones empresariales o a los clubes sociales son más bien estrechos, y en la cual se nace como hijo, sobrino, nieto o primo en una familia y no como ciudadano de un país.
Por Santiago Escobar
Es posible que ella vaya vinculada fuertemente a una descomposición creciente del liderazgo político en nuestro medio. Lo que no cabe duda es que se trata de un personaje propio de la era digital, que actúa convencido de que la política es igual a cualquier otro bien que puede adquirirse en el mercado, que no necesita etapas, y que es un emprendimiento que requiere voluntad, publicidad y dinero.
Tal convicción va contracorriente de lo que piensa la elite política chilena. Chile es un país estable, de matriz autoritaria y conservadora, aunque con tintes nacionalistas y democráticos. Con un acentuado temor al ridículo, que considera el trabajo como un mal indispensable que cultiva con fruición hasta el infinito. Donde las crisis casi nunca son sociales sino institucionales, impulsadas por desavenencias entre la elite política que siempre las negocia. Cuando se transforman en sociales sus impactos son cataclísmicos y se inscriben con rencor en la historia durante décadas.
De ahí que Farkas aparezca como un fenómeno inédito y contracultural de lo que serían las convicciones cívicas patrias según los propietarios actuales del proceso político.
En lo estrictamente cívico Leonardo Farkas tiene un perfil muy similar al de Sebastián Piñera, aunque habla de eficiencia con una adrenalina bastante más subida de tono, tiene el pelo largo y no se ha operado los párpados. En lo político, excepción hecha de su total abstinencia previa, tiene los atributos necesarios para despegar un fenómeno mediático basado en posiciones no convencionales que no es nuevo ni en América Latina ni en nuestro país. Todo, cultivando la vieja frase de que si la prensa habla de usted, va en buen camino.
Con 40 años, tres hijos y una considerable fortuna personal, encarna el sueño del éxito rápido y la vida plena, con diversión, lujos y carrete, propios del ciudadano consumidor. Es rápido, ocurrente, y aunque empaquetado como una humita, su imagen es radicalmente opuesta a la ambigüa y lenta de los políticos tradicionales. Todo debe ser in and out para que las cosas realmente funcionen según él. Pianista a temprana edad, declara que su primer millón de dólares lo juntó actuando en hoteles de Miami, Nueva York y Las Vegas y animando fiestas de jeques árabes. Como no podía tener una orquesta por las complicaciones de costo y logística, él se transformó en una orquesta interpretando hasta quince teclados al mismo tiempo. Es decir trabajaba como uno y cobraba como orquesta lo que es innovación y no auto explotación. Casado con una heredera de una cadena de hoteles, a los 27 años entró al negocio inmobiliario en Estados Unidos y luego al minero en Chile, donde su familia tenía pequeñas inversiones.
Por lo mismo nadie debiera mirarlo como alguien improvisado o suertudo. Su fortuna proviene de un cálculo racional respecto de sus opciones y posibilidades. Todo el resto, jeeps Hummer, trajes Ermenegildo Zegna, fiestas de cumpleaños, cabellera larga, propinas enjundiosas y Teletón son parte de una excentricidad que le ponen un relato, y que perfectamente podrían ser parte de un diseño de inserción social rápida para obtener poder decisorio en un país cerrado y oligárquico como Chile.
Sus masivas y generosas donaciones y propinas le han significado problemas legales con sus socios australianos de la minería, quienes se acaban de querellar contra él por apropiación indebida. El juicio lo patrocina nada menos que el abogado Davor Harasic, Presidente del Capítulo Nacional de Transparencia Internacional, lo que le agrega un toque intimidante al juicio. Pero al parecer su posición ya tiene amparo social, que podría crecer con su candidatura presidencial, y mucha gente pensará que la demanda se trata de un acto persecutorio para sacarlo de escena.
Querer participar en el show de la Teletón no parece un capricho excesivo. Es el espectáculo de mayor cobertura televisiva del país, más cerca de la farándula que de la caridad, y si alguien dona algunos cientos de millones al menos puede pedir que le den cámara para hacer alguna gracia, seguramente tocar el piano. No parece demasiado si se recuerda que el primer año de recuperada la democracia Evelyn Matthei, Sebastián Piñera, Adriana Muñoz y Juan Carlos Latorre bailaron como adolescentes del viejo programa Música Libre en el show de ese año, en horario prime y sin poner un solo peso.
En un bestiario de la excentricidad política latinoamericana, Leonardo Farkas no sería el más raro o rupturista. El sería más bien el "cabro choro hijo de tigre" o el "gallo paleteado" para decirlo en palabras de Lukas, autor del Bestiario del Reyno de Chile. Y con el cual un amplio sector de la gente que no está ni ahí con la política se puede identificar, sin que necesariamente espere que llegue a ser Presidente.
Por cierto está lejos del trasero desnudo de Antanas Mockus entonces rector de la Universidad frente a sus alumnos que no deseaban escucharlo, y que luego fue dos veces alcalde de Bogotá y gran reformador de la política colombiana. También del compadre Palenque, líder radial que fue alcalde de La Paz en Bolivia o de Abdalá Bucaram, Presidente de Ecuador, conocido por su propensión al canto de Los Iracundos. Tampoco su discurso es algo muy significativo. Dice cosas obvias y razonables y pronuncia críticas que a la gente le gustan como tratar de hipócritas y tacaños a los empresarios, defender la vida familiar o valorar el trabajo para abrirse paso en la vida.
La novedad hay que buscarla en la proyección política que hace el medio tradicional en un escenario de incierto resultado electoral. Si un outsider puede capturar un porcentaje importante de votos, este puede resultar vital para el resultado final en una segunda vuelta. Entonces Farkas podría alcanzar un poder negociador que hoy no tiene y obligar a más de alguien a ablandar la mano.
No está claro qué desea o qué espera. Si se mueve simplemente por convicciones de cambio o para obtener notoriedad social y una capacidad decisoria que le permita ser un poder políticamente influyente.
Posiblemente sea una mezcla de las dos, llevadas de la mano en un aprendizaje en proceso completamente abierto en materia de opciones. En sus declaraciones Farkas no oculta sus críticas al gobierno al indicar que le ha sido difícil articular sus opciones empresariales debido a la baja calidad de las políticas gubernamentales.
Lo cierto es que su modo de actuar se encuadra perfectamente en el espacio electrónico moderno desarrollado a fondo por la política norteamericana: el declive de los partidos para designar candidatos; el uso de un complejo sistema de medios de comunicación básicamente TV e internet, que permiten cadenas ciudadanas tremendamente interactivas; y el uso intensivo del marketing político. Por lo mismo, si se lanza a la carrera presidencial, creo que Leonardo Farkas sería el primer candidato norteamericano a la presidencia de Chile.
Saludos
RODRIGO GONZALEZ FERNANDEZ
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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